Por Adriana Solano Luque, presidenta ejecutiva del Consejo Colombiano de Seguridad
La hiperconectividad es un fenómeno creciente y alarmante. Si bien es cierto que los procesos de transformación digital y la democratización de dispositivos móviles de última tecnología ha traído ventajas para la comunicación, productividad y acceso a la información, las repercusiones en la salud empiezan a tener mayor evidencia científica.
El «cuello tecnológico» o “text neck”, tendinitis, síndrome del túnel carpiano, hernia discal, fatiga visual digital, artrosis prematura, problemas cardiovasculares, trastornos alimenticios… la lista de efectos a la salud es tan extensa como las horas que pasan las personas “pegadas” a sus dispositivos. Y solo estoy hablando del impacto físico.
En el terreno de la salud mental, el síndrome de burnout, el aislamiento social, la ansiedad y la depresión se han visto exacerbadas. Aparecen nuevas aversiones como la nomofobia (ansiedad por estar sin un teléfono móvil o sin internet) o la fomofobia (miedo a perderse una experiencia positiva que se puede visualizar en las redes). Además, se han evidenciado trastornos del sueño, generados por el estado de alerta permanente y un deterioro cognitivo cada vez más relacionados con el uso excesivo de pantallas.
Es necesario desconectarse para prevenir o sanar.
Y aquí los entornos laborales juegan un rol crucial: en muchos casos, las dinámicas de trabajo favorecen su aparición debido a la necesidad constante de estar conectados, revisar notificaciones, contestar mensajes al instante o mantenerse al día, lo cual, por supuesto, varía según el sector productivo y el rol desempeñado.
Por lo tanto, establecer políticas de desconexión laboral precisas es el primer paso, con el fin de garantizar que no exista contacto por ningún medio o herramienta (sea tecnológica o no) para actividades relacionadas con temas laborales en los tiempos de descanso y vacaciones. Y esto requiere de capacitación y sensibilización a líderes y supervisores para que adopten la política de cara a sus equipos, pares y superiores.
Pero no se trata solo de conciliar la vida laboral y familiar, sino también de fomentar la desconexión digital dentro del horario laboral. Es clave promover una cultura organizacional que priorice el bienestar mental y gestione los riesgos psicosociales asociados al uso excesivo de pantallas. Para lograrlo, se debe fortalecer la confianza, la autogestión y la medición por resultados, además de incentivar espacios de interacción humana fuera de línea que impulsen la creatividad y la cocreación.
También resulta efectivo establecer «zonas libres de dispositivos» en horarios específicos; realizar pausas activas visuales, auditivas, cognitivas y sensoriales durante la jornada laboral que fomenten el descanso de los dispositivos electrónicos; diseñar e implementar programas de educación sobre higiene digital, postural y del sueño; vigilar la salud de los trabajadores para identificar signos y síntomas de alarma de trastornos relacionados con el uso excesivo y/o adictivo de la tecnología y establecer programas de educación sobre aprovechamiento saludable del tiempo libre.
No obstante, la efectividad de estas medidas depende mucho de la corresponsabilidad de los trabajadores. De poco sirve implementarlas si no existe un compromiso real con el autocuidado. Desactivar notificaciones irrelevantes, evitar la revisión de mensajes fuera del horario laboral y generar “bloques de tiempo sin pantallas”, donde haya un disfrute de ocio sin tecnología, son algunas propuestas útiles y sencillas de adoptar.
Esta transformación de hábitos implica repensar el modelo de productividad actual. La desconexión digital ha sido reconocida como el nuevo derecho laboral del siglo XXI y así debe promoverse, respetarse y adoptarse en todos los ámbitos de la vida.
En este contexto, el reto es realmente cultural. Se trata de redefinir el éxito profesional y organizacional desde una perspectiva más humana basada en el cuidado mutuo, donde la hiperconectividad no sea sinónimo de eficiencia, ni la disponibilidad constante una prueba de compromiso. Por el contrario, lo que hoy llamamos “la milla extra” debe reflejarse en la capacidad de cuidar de sí mismos y de otros, y contribuir a generar entornos laborales saludables, empáticos y mentalmente protectores. Hay que desconectarse para sanar.